No puedo precisar la fecha, pero hace más de cincuenta años cuando en aquella casa de Adrogué, reunidos a la sombra del parloteo plateado por la luz y sombra de los álamos en las tardes bochornosas del verano, soñábamos con el porvenir. En aquel entonces la memoria no llegaba tan atrás. Los "grandes" eran aún muy jóvenes, y yo, apenas adolescente, y los niños, recién y todavía, niños. Entre ellos, muy sentadita a la derecha, Mirta, o "Mirtona" como yo le solía decir, o, como le decía su mamá, "Negrita" o "Negra de cabello duro" o "Tunchi" como la llamaba su papá, ése que está parado a la derecha.
Así prefiero recordarla, como la niña sana y traviesa, fresca y saludable, decidida y rebelde, jugueteando con tantos y tantos pensamientos que le dieran aquella fuerza y valor para enfrentar su tremendo destino.
Su hermana Graciela, allí a la izquierda, dócil y obediente, y Mario, mi hermano, entre las dos... Éramos los tres chicos y yo...Beba y Jorge, sus papás, y Carola, mi mamá...éramos todos en un instante...compartíamos el color de aquellos árboles, el canto de aquellos pájaros y el olor del verano, "ese perfume de yuyos y de alfalfa que ensancha el corazón"... Soñábamos con un futuro que es hoy.
Y en lo más recóndito e íntimo del recuerdo, ese futuro se transformó en pasado...